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Fran Escribá ha aceptado volver a la entidad franjiverde, y lo ha hecho en una situación deportiva difícil de asumir, pero que como el propio técnico ha reconocido: “no podía decir que no al Elche por el cariño que le tengo”. Hace bien el preparador en evitar que su vuelta sea considerada una segunda parte de la, recordada por todos, anterior etapa con un ascenso a la Primera División y dos permanencias consecutivas en la misma. Un hecho que le encumbró en la entidad blanquiverde y entre una afición acostumbrada al desengaño deportivo durante décadas.

Luego llegó el mazazo del descenso administrativo, y con éste, su salida del club. Quedó la sensación de un proyecto hecho añicos en el momento cumbre, en el que existía la certeza de la total simbiosis entre un entrenador con poca experiencia, pero con mucha hambre de éxito y un club histórico que volvía a ser respetado y admirado casi de manera inesperada, ya que hasta ese momento, observaba sus mayores hitos deportivos y días de gloria en un pasado cada vez más lejano.

Por ello, y a la espera de los resultados deportivos, la vuelta de Escribá como hijo pródigo de la ciudad en la que tantos éxitos obtuvo, y su aparición en un momento deportivo tan delicado únicamente le ha faltado hacerlo por la playa del Tamarit en un arpón con una leyenda en la que pudiese leerse “Sóc per a Elig”, y que en la consueta que le acompañase, en lugar de la representación del Misteri, traiga consigo bajo el brazo la receta para obrar el milagro de la permanencia en la Primera División.

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