Hace ya varios años que rondaba en mi cabeza poder permitirme el lujo de dedicar una temporada a seguir al Elche CF no únicamente en casa, hoy además con el honor de formar parte del Tiempo de Juego de Cope Elche, sino acompañar al equipo a los partidos fuera de casa.

Es complicado hacerlo todo el año porque todos tenemos obligaciones, pero hasta el momento he conseguido estar presente en los dos desplazamientos a Eibar y Valladolid. Y eso permite ampliar tu visión en todos los sentidos y, por supuesto, en la percepción del propio equipo o club que somos. Digo somos, porque el Elche CF es nuestro. De los que viajamos, de los que van a verlo al Martinez Valero, de los que no pueden estar presencialmente ni en un caso o el otro pero lo siguen desde cualquier rincón del mundo, y de los del tercer anillo que han estado a lo largo de nuestra centenaria historia.

A la vuelta de Pucela, el lunes, con tiempo para reflexionar de lo acontecido en el José Zorrilla tanto dentro como fuera del terreno de juego pensaba en las grandes similitudes que existen en la actualidad entre ambos clubes.

Recién descendidos de la máxima categoría, con inversores extranjeros como dueños absolutos de ambas entidades, y hasta con unos entrenadores también foráneos con escasa experiencia en el fútbol europeo y que, con distintos matices, pusieron su rúbrica en el descenso de categoría respectiva. Pezzolano, con un gran inicio acumulando puntos, pero que se fue desinflando hasta suspender con la pérdida de categoría. Beccacece, con la idea de adelantar trabajo para esta temporada, ya que se daba por descendido al equipo cuando se le dio la alternativa, por la calamitosa temporada en la Primera División. Y, por último, una gran masa social que ronda en ambos casos los 20.000 abonados, y unas cifras aproximadas en torno a los 15.000 espectadores en sus encuentros como locales en estas primeras jornadas.

La gran diferencia es el estado de ánimo de ese entorno que pude comprobar in situ el pasado domingo. Abucheos contra todo lo que se movía. Contra la propiedad, contra la mayoría de sus titulares mientras la megafonía anunciaba el once pucelano, y sonora pitada, para rematar, al técnico uruguayo.

Da mucho que pensar. El Martínez Valero es diametralmente opuesto cuando recibe a su equipo, pase lo que pase. Estar están, y en gran número como en Zorrilla. Apoyan a su equipo y, hasta la fecha, nadie se ha girado al palco por la gestión, o al banquillo, a pesar de que nos contaron que el míster preparaba los partidos de Primera División enfocado en la primera jornada de esta Segunda División. Cinco partidos y ambos han comenzado muy por debajo de sus expectativas deportivas.

Mi interpretación, tan subjetiva como cualquier otra, es que esta afición es tan madura por acumular grandes éxitos y fracasos en la última década que parece que anda a la expectativa. Pero, ojo, que sabe mucho. Y me da por pensar en todos los estamentos del club y la responsabilidad tan grande que deben asumir.

La propiedad debe saber que la afición valora la gestión económica de los últimos años que ha dado estabilidad al club. Una entidad abocada en otros tiempos a situaciones extremas en esa área. Y sabe perfectamente que los inversores toman el Elche CF como un negocio, por la manera en que hoy se gestionan los clubes. Pero, como la balanza en el apartado económico no se equilibre con las exigencias deportivas, que en este inicio de temporada están, al menos, en entredicho, en cualquier momento puede ocurrir lo que ya ocurre en Valladolid.

Beccacece, que ha ido perdiendo fuerza en el entusiasmo del mensaje que exhibía al final de la pasada temporada, sabe que tiene una gran oportunidad de hacerse un nombre en nuestro fútbol gracias a la confianza que la propiedad le brinda. Y que su equipo, de momento, tiene argumentos que no acaban de materializarse en puntos, quizás porque sabe mejor que nadie que a la inversión deportiva le ha faltado poner el broche con dos o tres jugadores diferenciales. Pero hay que exigirle que siga, como está haciendo, buscando el camino que sí encontró al final de la pasada campaña para que las miradas no apunten al banquillo.

Por último, a los jugadores hay que exigirles que la presión que tienen en este club es lo mejor que les puede ocurrir en su carrera deportiva, que sean capaces de transformarla en ilusión en un entorno que rema, de momento, en la misma dirección. Y distinto al que tuvieron que padecer sus colegas del Real Valladolid en el José Zorrilla el pasado domingo con ese ambiente tan hostil con los suyos. Sobre todo, porque la mayoría puede que nunca, en lo que les resta de carrera deportiva, estén en un club tan grande, y con una afición que es tan comprensiva que es capaz de aplaudir tras una derrota si percibe que lo han dejado todo en el terreno de juego, a pesar de las urgencias y circunstancias que en otros lugares de similar exigencia se hacen más visibles y con una presión más evidente.

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